La lista de perjudicados por la eliminación del billete de 500 es amplia, y sus consecuencias más negativas de lo que se piensa.
La decisión del Banco Central Europeo (BCE) de dejar de imprimir el billete de más alta denominación del sistema del euro (el de 500 euros de nominal) está cosechando el aplauso casi unánime de los sectores económicos. Consideran tanto las fuentes oficiales como la mayoría de los analistas, que se trata de una medida eficaz para luchar contra el fraude fiscal y la financiación del terrorismo.
La asociación entre billetes de alto nominal y actividades criminales viene de muy lejos y se ha consolidado como mensaje que cala rápidamente entre el público. Más allá de la veracidad de esta analogía, en la Eurozona se está produciendo un fenómeno único en la historia monetaria. Al mismo tiempo que se retirará paulatinamente de la circulación los billetes de 500 euros, algunos bancos centrales nacionales como el de Irlanda han retirado de la circulación las monedas de 1 y 2 céntimos de euro.
Precisamente, esta situación revela el desconcierto existente entre los agentes económicos de hacia dónde va la economía europea y el valor del dinero. De forma tradicional, la exclusión de circulación de los billetes de más alta denominación se asocia a procesos de deflación en las economías, mientras que la desaparición de la «chatarra» o monedas de más baja denominación es el síntoma más común de un proceso acelerado de inflación.
De estos dos fenómenos tenemos ejemplos tan recientes como Irlanda o la desaparición de los billetes de una libra esterlina en Reino Unido en 1983 (y su sustitución por la moneda de una libra esterlina con un porcentaje de metal noble) u otros más antiguos como los primeros billetes de dólar en algunos Estados americanos en la época de deflación de 1870 hasta 1890.
Por tanto, es muy patente la confusión entre si estamos en un proceso creciente de inflación -en todos los sentidos, no sólo el de precios- o, por el contrario, estamos más cerca de la deflación. En cualquier caso, se trata de una medida que, para nada, es inocente o inocua y que tendrá amplias consecuencias en el futuro más inmediato. Quizá quepa preguntarse si de verdad traerá más beneficios que costes al conjunto del sistema económico.
Sin duda, la lista de perjudicados va mucho más allá de lo que solemos creer. Los usuarios de billetes de 500 euros ni son todos unos delincuentes ni tampoco defraudadores compulsivos de Hacienda. Aunque al billete de 500 euros se le haya puesto el apelativo de «Bin Laden» por su rareza de aparición, es mucho más usado de lo que se piensa y este hecho -la velocidad de circulación de los billetes de alta denominación- no es algo que recoja la estadística del BCE o del Banco de España.
¿Quién sale perdiendo?
Ciertamente, los usuarios sobre los que tendrá un mayor impacto esta medida son aquellos cuyos negocios están basados en transacciones de elevado nominal que tradicionalmente se han hecho en efectivo y que están poco «bancarizadas». Un caso paradigmático es el del sector agrícola, donde en muchas regiones del campo español, el efectivo sigue siendo el medio predominante de pago y con el que se liquidan compras de tierras, venta de ganado o transacciones de cosechas.
Pero también tiene otra propiedad que es esencial en el dinero y que hoy parece estar olvidada dada la política monetaria: no es otra que su función como depósito de valor. En el subconsciente del público, los billetes de más alto nominal tienen el tratamiento práctico de depósitos de valor, aunque realmente estén sometidos a la misma depreciación que todo el resto del papel moneda o del dinero electrónico.
Pero la sensación de valor permanece (al menos esa «ilusión monetaria» por el valor prevalece) y esto provoca un fenómeno paradigmático en cualquier economía: la moneda «mala» expulsa a la «buena» de la circulación y ésta queda relegada como reserva de valor. Esta es la famosa «Ley de Gresham» con la que Inglaterra recondujo una senda inflacionista preocupante a finales del siglo XVI.
En este sentido, y dado que el dinero camina siempre hacia el futuro en un proceso de ganancia de eficiencia y ahorro de costes, la eliminación de los billetes de 500 euros empeora la eficiencia de los pagos y aumenta innecesariamente los costes de transacción. Expresado en términos de la jerga económica, el coste de oportunidad (lo que dejas de ganar por optar por una de las alternativas posibles) es demasiado elevado comparado con la «rentabilidad» que se persigue, sobre todo social.
Hacia el fin del dinero en efectivo
Siendo realistas: existan o no los billetes de 500 euros, el fraude fiscal y la financiación de actividades ilícitas seguirá existiendo. Aunque el impacto a corto plazo de la medida pueda llevar a aflorar economía sumergida, la realidad a medio y largo plazo se encargará de mostrar la escasa rentabilidad de la medida y el coste enorme que le supondrá al ciudadano. La variable «billete de 500 euros» es totalmente irrelevante a la hora de cometer fraude fiscal, ya que hay los suficientes sustitutos cuasi-perfectos que cumplirán una función igual o parecida que los billetes de 500 para defraudar.
En suma, la medida afectará especialmente a España. No es casualidad que sea el país que mayor proporción de billetes de 500 euros tenga sobre el total europeo ya que es uno de los países que menor tasa de penetración tiene el dinero electrónico. Y eso que la «bancarización» total de los negocios hace inevitable este proceso.
No estamos ante una anécdota ni algo objeto de chiste. Estamos ante un cambio estructural de la economía tal como la conocemos hoy. En un mundo de tipos de interés cero o incluso negativos, la mejor forma de consolidar los graves errores monetarios que se están cometiendo (confundir una crisis de solvencia con una crisis de liquidez) es forzando a la ciudadanía a utilizar dinero que es una anotación contable frente al dinero físico. Por eso, se trata más bien de la antesala de la eliminación progresiva del dinero en efectivo en nuestra sociedad.
Noticia extraída de: libremercado.com